lunes, 16 de mayo de 2011

La nueva abadesa del monasterio de San Pelayo

Rosario del Camino, mil años la contemplan

La nueva abadesa del monasterio de San Pelayo recibió ayer la solemne bendición abacial del Arzobispo

La nueva abadesa del milenario monasterio benedictino de San Pelayo, madre Rosario del Camino Fernández-Miranda, recibió ayer, cuarto domingo de Pascua y día del Buen Pastor, la bendición abacial del arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz.

A las once de la mañana, en la iglesia del monasterio, en la que ya era imposible entrar por la cantidad de fieles que se encontraba en su interior, se celebró la ceremonia solemne.

«Es bueno darte gracias, Señor», cantaban desde el coro la treintena de monjas que viven en comunidad abrazadas a la regla de San Benito, que reza: «La fe nos dice que la abadesa hace las veces de Cristo en el monasterio».

Después, el Arzobispo invitó a los fieles al arrepentimiento y tomó el hisopo, y, tras rociarse él y a los sacerdotes que concelebraron la misa, entre los que se encontraba un monje del monasterio de Montserrat, recorrió el pasillo central del templo para rociar a los asistentes.

A la izquierda del altar, abadesas llegadas desde distintos monasterios benedictinos de España, junto con monjas de Chile y Nigeria, fueron testigos de excepción de la bendición. El canto «Gloria a Dios» se entonaba desde el coro.

La anterior abadesa, madre María Teresa, se dirigió al Arzobispo para presentar «a la elegida por nuestro monasterio, por encargo de la comunidad, para que se digne bendecirla como abadesa».

Fue entonces cuando el Arzobispo formuló a Rosario del Camino las preguntas propias del «Escrutinio». Después, sin mitra y con las manos juntas, de cara a los fieles, pidió una oración para que «nuestro Dios y Señor acompañe siempre con el don de su gracia a esta hija suya, Rosario, que ha sido elegida para regir este monasterio».

A continuación resonaron las letanías de los santos, y la madre Rosario del Camino se postró en el suelo. Fue uno de los momentos más solemnes de su bendición abacial.

Tras la oración, la abadesa recibió de manos del Arzobispo los tres signos: la regla de San Benito, «para que custodies a las hermanas que Dios te ha confiado»; el anillo, «signo de fidelidad», y el báculo pastoral, «para que guíes con solicitud a las hermanas que se te han confiado y de quienes habrás de dar cuenta a Dios».

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